"Lucky" Luciano, el hombre que cambió la historia de la mafia (2024)

En 1930, participó de una de las más grandes guerras mafiosas. Para ganarla, traicionó a sus jefes y extendió el poder de Cosa Nostra.

Por Ricardo Canaletti

Sus pies apenas tocaban el piso. Tenía los brazos levantados por encima de su cabeza y las manos atadas con una soga. Lo habían colgado de un gancho de carnicero y el cuerpo giraba a un lado o a otro según de dónde proviniera la trompada. Tres matones se turnaban para golpearlo. Los rasgos de Charles Luciano ya no se podían distinguir de tan hinchada y cortada que tenía la cara.

Lo habían secuestrado en la calle. Estaba parado en una esquina de la Sexta Avenida, cuando un auto pasó a su lado. Dos hombres saltaron, lo encañonaron y lo metieron en el asiento trasero. Uno le puso el revólver contra la cara y le empujó la cabeza hacia atrás. Otro le tapó la boca con cinta adhesiva y luego lo palpó debajo de los brazos, en las caderas, en la entrepierna y en los tobillos. Lo golpearon sobre el ojo derecho con la culata de un revólver y lo volvieron a hacer. La sangre corrió despacio por las mejillas de Charlie.

Ahora, en el depósito, pensó que no la contaría. Un izquierdazo en el hígado le nubló la vista y lo dejó sin aliento; con el siguiente perdió el sentido. Los matones creyeron que iba a morir. Descolgaron el cuerpo y lo tiraron en un lugar del puerto de Nueva York. Era de madrugada.

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Un hombre con suerte

Charlie sobrevivió y se ganó el apodo que lo identificaría para siempre. “You have luck, Luciano” (tenés suerte, Luciano), le dijo alguien. Era fines de junio de 1930. Charles “Lucky” Luciano se iba a reponer y muchos lo lamentarían.

El hombre que transformaría a la Cosa Nostra estadounidense de un asunto de pandillas sicilianas en una empresa criminal de alcance internacional nació en 1897, en Sicilia, con el nombre de Salvatore Lucania. Su familia, pobrísima, se mudó a los Estados Unidos en 1906.

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Charlie se crió en las calles de Nueva York y su primera actividad fue ofrecer protección a chicos judíos a cambio de dinero. ¿Protegerlos de quién? De él mismo, que los golpeaba si no pagaban. Así conoció a Meyer Lansky, un hueso duro de roer que se resistía a darle un céntimo. Se hicieron amigos inseparables.

A los 18 años, fue seis meses al reformatorio por traficar heroína y morfina. Al salir, ya no ocultó su adicción a las drogas ni su amistad con un gángster en ascenso, Alphonse Capone (que luego se mudaría a Chicago). A los 19, la policía lo señalaba como el autor o mandante de media docena de homicidios y a los 23, ya era famoso en el negocio del contrabando de licor, que realizaba en sociedad con Lansky y Benjamin “Bugsy” Siegel, otro amigo judío de la infancia. Muchos se le acercaban y formó alianzas con Joe Adonis, Vito Genovese, Arnold Rothstein y Frank Costello, de quien admiraba su habilidad para corromper a policías, jueces y políticos.

Por ese entonces, había dos capos indiscutidos en el hampa neoyorquina. Pertenecían a la vieja guardia de mafiosos italianos conocidos como “los hombres del mostacho”. Uno era Giuseppe Masseria, llamado “Joe, el Jefe”; el otro Salvatore Maranzano, apodado “el pequeño César”.

Para fines de los años 20, la ciudad estaba quedando chica para ambos; se odiaban profundamente y, en 1930, aunque con escaramuzas que se remontan a 1928, se enfrentaron abiertamente en la denominada “guerra Castellammarese”. Este nombre pertenece al pueblo de Sicilia de donde eran Maranzano y muchos de sus hombres: Castellemmarese del Gulfo.

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Charlie había crecido en las calles dominadas por Masseria y a él respondía. Pero nunca se llevaron bien. “Joe, el Jefe” no quería traficar drogas, no quería tratar con nadie que no fuese italiano, no quería ampliar sus actividades fuera de Nueva York, no quería negociar con los sindicalistas.

Traición y ascenso

A Luciano sólo le interesaba hacer dinero. Decía que era lo único que daba poder. Cualquier negocio le venía bien y por eso Masseria le hacía perder mucha plata. La última vez que discutieron fue cuando Charlie propuso distribuir heroína que sus compadres sicilianos le enviaban inyectada en naranjas y Masseria se negó.

Luciano supo que su jefe estaba detrás de esos hombres que casi lo matan en el depósito pero aparentó que no sospechaba nada. Y cuando se recuperó, hizo lo inesperado: se acercó más a Masseria.

Lo impresionó acertándole varios golpes al archienemigo Maranzano: a fines de 1930, la banda de Charlie le robó una veintena de camiones cargados con licor. Masseria estaba feliz y, en una guerra que llevaba 60 muertos, creyó que iba a ganar.

Bajó la guardia y aceptó ir a almorzar con Charlie, los dos solos, a Nuova Villa Tammaco, un restorán de Coney Island, el 15 de abril de 1931. Estaban en el primer plato cuando Charlie pidió permiso para ir al baño. Genovese, Adonis, Siegel y Albert Anastasia entraron. Masseria recibió seis tiros y cayó sobre los fideos con salsa.

Luciano, calculadamente, le había dado el triunfo a Maranzano. Vestido de esmoquin, Maranzano recibió a unos 500 mafiosos en un salón del barrio del Bronx para proclamarse “capo di tutti i capi”. Colocó un gran crucifijo e imágenes de santos en las paredes para aparentar una reunión religiosa.

Maranzano en realidad tampoco quería hacer negocios con no italianos y no quería formar una red mafiosa nacional. Además, sabía que para ser el líder indiscutido debía acabar con Charles Luciano en Nueva York y con Al Capone en Chicago.

En setiembre de 1931, citó a Charlie y a Vito Genovese a su oficina. A la vez, ordenó al asesino irlandés Vincent “Perro Loco” Coll que apenas salieran de la reunión, los eliminase. Pero Luciano, otra vez, fue más rápido. Había infiltrado el entorno del viejo jefe y uno de los hombres de confianza de Maranzano, Tom Lucchese, le sopló que en ese encuentro lo iban a matar.

Ni Luciano ni Genovese fueron a la cita. Antes de que llegara Coll, cuatro hombres, fingiendo ser agentes de impuestos, entraron a ver a Maranzano. Lo llenaron de plomo y lo apuñalaron.

Luciano alcanzó así la cima del hampa. La era de “los hombres del mostacho”, la vieja mafia, había terminado.

Deportado

Luciano estaba preso al empezar la Segunda Guerra. Como le ordenó a sus amigos de Sicilia que ayudasen a las tropas aliadas, lo premiaron deportándolo a Italia en 1946. Murió de un infarto en 1962 en el aeropuerto de Nápoles. Esperaba a un productor de cine que quería filmar su vida.

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